lunes, 27 de mayo de 2013

Distopía I: primera mecanonosis



[Las personas y situaciones que aparecen en este relato son completamente ficticias. Cualquier parecido con personas o hechos reales será siempre mera coincidencia]

Comenzó como comienzan siempre las grandes tragedias: de una manera banal, anodina, rutinaria...

Acababa el turno de guardia en el Hospital Provincial de Lleida. Los médicos que entraban comentaban con los que salían los casos clínicos de los pacientes que habían llegado a Urgencias durante la noche. Jordi acababa su relato de la noche:

- ... y el paciente del box 3 tiene una neumonía, con derrame pleural bilateral. Le hemos puesto oxígeno y amoxi por vía venosa, a ver si reacciona rápido porque está un poco apurado. Antecedentes de interés: fumador desde hace más de 30 años.

- ¿Ves, Jordi? - le dijo Jose - ya te digo yo que fumar no sale a cuenta. Por las pelas, claro - y le palmeó el hombro.

- ¿Y cómo coño quieres que aguantemos las guardias de 24 horas? Tú porque eres un tío deportista, que corres todas las medias maratones, maratones completas y dobles maratones que te ponen por delante y más que te pusieran; pero los demás, chaval, tenemos que tirar de cafés y cigarros para aguantar este ritmo, y más ahora con los recortes.

- Va, no te piques. Lárgate ya, yo me hago cargo, y ve directamente a la cama, que haces mala cara...

- No, si me parece que tengo fiebre... todavía alguno de éstos me habrá pegado algo.

A las 8 de la noche Jordi ingresaba en su mismo hospital. Neumonía con doble derrame pleural, le dijeron. Le costaba respirar, le dolían los pulmones en cada inspiración. Le extrañó ver que no le ponían en ningún box, sino en una especie de pabellón de campaña al lado del hospital, lleno de militares y todo el mundo con mascarilla.  Le pusieron oxígeno y amoxicilina en vena, y antitérmicos, pero con el pasar de las horas no presentaba ninguna mejoría; al contrario, se sentía cada vez peor. El momento en que se asustó fue cuando vio entrar a Jose. Tumbado en una camilla como él.

- Jose... - murmuró - qué coño haces aquí... - el esfuerzo de medio incorporarse casi le ahoga, y se volvió a estirar.

- Neumonía - tosió Jose - el paciente del box 3... murió hace tres horas.

En ese momento a Jordi se le paró el corazón. Entonces fue el pánico. 

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Durante aquella larga jornada que acabó con la vida del paciente del box 3, de Jordi, de Jose y de 50 personas más la reacción de las autoridades sanitarias fue, técnicamente hablando, impecable, de manual. Tan pronto como hubo una veintena de neumonías explosivas como la del paciente del box 3 uno de los médicos más veteranos se dio cuenta de que aquello no era normal y dio la voz de alarma. La aplicación del protocolo de epidemia peligrosa estuvo a punto en menos de dos horas, pero para entonces ya había 50 personas con neumonía en un Hospital completamente sobrepasado por la magnitud de los acontecimientos. Al caer la tarde el Hospital estaba militarizado y la ciudad de Lleida en estado de emergencia. Algunos de los soldados que se ocuparon de la contención en aquellas primera difíciles horas enfermaron a su vez, como se pudo comprobar, por la falta de precaución en el uso de las mascarillas. Aparentemente el aislamiento y un uso correcto de las mascarillas era suficiente para evitar la propagación de la enfermedad, pero los médicos civiles y militares especializados en enfermedades altamente contagiosas y peligrosas llevaban protección integral, con mono aislante y sistema autónomo de respiración. No había para menos: el 95% de los pacientes morían en un plazo máximo de 48 horas desde los primeros síntomas. Fuera lo que fuera eso, era la enfermedad más peligrosa y letal a la que hacía frente la Humanidad desde la Peste Negra.

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El Comandante Javier Pérez, médico militar de la máxima graduación en el dispositivo, estaba reunido en el centro de control que habían improvisado en una pequeña carpa lateral. Le rodeaban algunos de los mejores especialistas del país, civiles y militares, en enfermedades contagiosas y del sistema respiratorio, la mayoría de ellos con un amplio bagage en medicina interna, cardiología y otras muchas especialidades. Los primeros análisis de los pacientes vivos y las necropsias no dejaban lugar a muchas dudas sobre la naturaleza de la amenaza a la que hacían frente: se trataba de una nueva especie de neumococo, una especialmente contagiosa y letal. Pero había algo peor: el condenado bicho no respondía a los antibióticos usuales.

- Es un MARSA - terminaba su presentación un reputado neumólogo madrileño - con un amplio espectro de resistencias que cubre la práctica totalidad de los antibióticos comunes y la mayoría de los antibióticos hospitalarios. Sin embargo, está respondiendo bien al... - aquí el especialista usó el nombre comercial en vez del del principio activo. El Comandante Pérez pensó que seguramente el laboratorio que comercializaba ese antibiótico de nueva generación le estaría pagando un par de congresos y quién sabe si las vacaciones a la eminencia que ahora lo presentaba. Interrumpió secamente al orador en ese punto.

- ¿Porcentaje de recuperación? - espetó

- Bueno, el 10% de los pacientes tratados se recuperan plenamente en dos-tres días - su voz temblaba ligeramente.

- ¿Tamaño muestral? - la voz del Comandante era gélida

- Ehh... bueno, sólo hay 200 personas hospitalizadas ahora mismo, y el tratamiento se ha aplicado a 50 personas... - el gran especialista ya no parecía tan seguro de sí mismo.

- ... y se han salvado 5, es decir, sólo 2 ó 3 más de las que lo hubieran hecho sin su maravilloso mejunje. La muestra es excesivamente pequeña, sus resultados no son significativos - el Comandante había ido elevando la voz a medida que hablaba - En definitiva, que no tiene Vd. una mierda. Señor, aquí no estamos para perder el tiempo - hizo una pausa, para retomar hiriente - ni para ganarnos unas vacaciones en Cancún.

- ¡Comandante, me ofende Vd.! - dijo airado el especialista.

- Sr. González Mejía - la voz del Comandante era más gélida que nunca - tengo poder y potestad para ponerle a Vd. bajo arresto militar si así lo considero conveniente, y no dudaré en hacerlo si no hace el  favor de cerrar su puñetero PowerPoint y volver a su sitio - su dedo índice, señalando la silla que antes ocupara el doctor González Mejía, parecía una fusta para espolear caballos.

El Dr. González Mejía abrió la boca como para decir algo, probablemente para protestar por el uso del "Señor" en vez del "Doctor"  -una muestra de desconsideración imperdonable por parte del Comandante - pero se dio cuenta de que el Comandante lo había hecho intencionalmente y que en realidad ya había agotado su paciencia. Aún titubeó delante de su silla vacía, pensando si aguantar la humillación y sentarse o manifestar su rechazo a los modos del Comandante y largarse. Había dos policías militares en la puerta de la carpa. Se sentó.

El Comandante Pérez estaba furioso. Furioso con el despliegue de colores de los pavos reales de la medicina nacional, sí, pero furioso porque la situación se le estaba yendo de las manos. Habían pasado 5 días: 1000 ingresos, 947 fallecimientos. Y la epidemia había comenzado a propagarse fuera de la ciudad de Lleida. Pronto se tendría que decretar el estado de emergencia a toda la provincia, y a él le relevarían por un oficial de mayor graduación aunque probablemente menos experiencia médica. Al menos, le dejarían seguir al frente del equipo médico - o eso esperaba.

- ¿Nadie tiene algo mejor? - la voz del Comandante tronó - ¿Nadie sabe qué hacer para parar esto?

El Comandante se dio la vuelta y miró a la pantalla de proyección, ahora en blanco. No tenían armas con las que luchar, y eran la última línea de defensa antes de la derrota final. Del Apocalipsis...



- Comandante - una voz joven carraspeó - nosotros tenemos algunos resultados alentadores in vitro.

El Comandante se volvió hacia la voz. Era un hombre de unos treintaitantos, con barba bien arreglada y con gafas. Hipsters, les dicen ahora a éstos, si no fuera por la bata blanca que lleva. Le sonaba su cara: era una joven promesa de un hospital universitario de Galicia, le parecía.

- Te escucho, hijo, pero te lo advierto: no me hagas perder el tiempo.

- Hemos usado una combinación de antibióticos convencionales junto con un inhibidor de la actividad encimática. Con la solución conseguimos casi una eliminación del 100% in vitro. Hemos empezado ya las pruebas con organismos modelo, ratas, y la eficacia por administración endovenosa es del 85%. Queríamos pedir permiso para hacer ya ensayos clínicos con pacientes humanos, dada la urgencia de la situación...

- Nada de ensayos. Ponedles ese preparado a los que estén más críticos.

- Pero, señor, no estamos seguros de las posibles reacciones adversas, el inhibidor encimático...

- Es igual. Tratamiento compasivo. No tenemos tiempo. Es un tiro a la desesperada, pero tenemos que hacerlo.


Nadie se atrevió a replicar. El Comandante sabía que muchos de ellos (González Mejía, el primero) explicarían con pelos y señales a la prensa que la culpa era del Comandante Javier Pérez si al final todo salía mal. Y qué más daba: igualmente lo harían, independientemente de sus medidas. Lo importante es que ahí fuera la gente moría como chinches. Era una guerra por ganar, y él era militar.


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El Comandante Pérez se levantó de buen humor aquella mañana. Afeitado impecable, una buena ducha (los obreros se duchan por la noche, los cuadros lo hacen por la mañana, pensó, recordando sus días de campamento) y un buen café para comenzar el día. El medicamento preparado por el doctor Solana (la joven promesa gallega) había resultado ser bastante eficaz: la mortandad había bajado del 95% al 30%, y prácticamente al 0% si se cogía la neumonía en sus primeros estadios. Ciertamente había habido reacciones adversas, en un par de casos con resultado de muerte, pero se trataba de pacientes con muy mal estado de salud de base, y en el resto los problemas no pasaban de ser molestias pasajeras que se pasaban al cabo de un par de días.

Pero lo mejor es que hacía 3 días que no se registraba ningún caso nuevo. Los comerciantes y los políticos presionaban para que se levantara el estado de emergencia, pero el Comandante no lo solicitaría al Gobierno hasta que hubiera pasado una semana sin casos nuevos, "¿o es que quiere Vd. asumir la responsabilidad de nuevas muertes?", le espetó al alcalde; éste calló, como también lo hizo toda la comitiva que había venido el día anterior al campamento militar. Insensatos: cantan victoria tras sólo dos días. Ciertamente la incubación de la super-neumonía (como la llamaban en los diarios) era muy rápida; en menos de 12 horas desde el contacto se desarrollaban los primeros síntomas, y sin tratamiento la muerte sobrevenía antes de 48 horas desde el contacto inicial. Realmente esta bacteria es de lo más cabrón que se había encontrado en su vida de médico militar, y eso que había estado en el África central... "En fin", pensó, "esperemos una semanita y después recogemos los bártulos y le dejamos el campo libre a los epidemiólogos".

Porque ahí radicaba el quiz de la cuestión. De dónde había surgido la super-bacteria. No había ningún foco evidente. El primer caso registrado (el que mató a Jordi y a Jose) precedió de muy pocas horas a medio centenar de casos más desperdigados por toda la ciudad. No era como si la gente hubiera acudido a un centro de dispensación de la super-neumonía, no. No había un patrón espacial claro: la gente que se había infectado durante las primeras horas del brote vivían en sitios distantes de la ciudad, no tenían relación entre ellas y no habían acudido a los mismos sitios en las 24 horas precedentes. Eso hizo pensar al principio que, dado lo contagioso de la enfermedad, la propagación había sido entre los pacientes de la primera oleada, pero después se comprobó que los pacientes no eran infecciosos durante el período ventana de 12 horas en el que se desarrollaba la enfermedad. No tenía ningún sentido. Era como si el caso 0 se hubiera movido a toda velocidad por toda la ciudad, salvo por las zonas peatonales. Y después de tal carrera, ¿qué? ¿Por qué no había ido al hospital, si seguramente se debía encontrar horriblemente mal? ¿Estaría muerto en alguna cuneta?

Había una posibilidad inquietante, y es que quizá el caso 0 era portador pero no desarrollaba la enfermedad, y seguiría infectando a aquella gente con la que tratase. El estado de emergencia le habría confinado en su casa, pero cuando éste cesase volvería a salir, a sembrar la muerte por la ciudad y quién sabe si esta vez el brote llegaría a Barcelona, a Madrid, a París, a Nueva York... Peor aún. ¿Y si se trataba de un bioterrorista? ¿Y si lo de Lleida era un ensayo para algo peor?

Calma, Javier, calma. Las cosas estaban tranquilas después de 3 días y la situación está bajo control; incluso, ya hemos desarrollado un fármaco eficaz, con lo que estamos preparados para la siguiente batalla, si es que se trata de un ataque. En ese sentido, el Comandante podía estar orgulloso: se había ganado los galones luchando contra un enemigo implacable e invisible. Pero aún falta cumplir con un último deber: encontrar su refugio, la última trinchera, y exterminarlo si aún su portador, el caso 0, no estaba muerto.

En Madrid y en el extranjero se tomaban el asunto bastante en serio, aunque con discreción. Por eso, al acabar la primera semana el Centro Nacional de Epidemiología envió un equipo con sus mejores expertos, al que progresivamente se fueron incorporando los mejores especialistas que la OMS fue reuniendo. Ahora el siguiente frente era encontrar el origen de la infección.
  
Dos días más tarde el Comandante no estaba de tan buen humor. El Gobierno acababa de levantar el estado de emergencia. Aún no se habían cumplido dos semanas después del estallido del brote epidémico, pero hacía 5 días que no llegaba ningún paciente nuevo. El equipo médico estaba horrorizado, los epidemiólogos estaban escandalizados, pero no había nada que hacer. Los negocios tenían que continuar y cada día cerrados eran millones de euros menos de ingresos. Con la rampante crisis económica era imposible asumir más pérdidas económicas. Así que el Gobierno levantó el estado de emergencia un domingo por la tarde, y los negocios abrieron el lunes por la mañana. La nueva oleada de casos de neumonía llegó el lunes por la noche.

Pero esta vez algo era diferente. Ningún caso provenía de la ciudad de Lleida.

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Artur y Luis eran dos de los epidemiólogos con más experiencia en el Centro Nacional de Epidemiología. Hacía más de 20 años que se conocían y les gustaba trabajar juntos. Artur era minucioso y apasionado de su trabajo, en tanto que Luis era práctico y expeditivo. Formaban un buen equipo, aunque Artur deploraba a veces el excesivo arribismo de su amigo. Pero lo cierto es que había buena sintonía entre ambos y entre los dos había llevado a cabo muy buenos estudios, sin más ayuda exterior. Claro que en este caso se trataba de un asunto urgente y una cuestión de Estado; así se lo dejó claro el director del CNE antes de salir de Madrid. Urgente y cuestión de Estado: mala combinación.

Luis era de Albacete y por tanto no conocía demasiado el terreno por donde se movían, pero Artur era de Barcelona y su familia materna era de un pueblo de Lleida, así que se conocía bastante bien la ciudad y las comarcas que la rodeaban. Quizá por eso él vio inmediatamente un patrón, una regularidad al leer la lista de  los infectados de la segunda oleada. Mientras los demás miraban profesiones, lugares de trabajo y demás el se fijó en la lista de pueblos de procedencia: Térmens, Balaguer, Camarassa, Tremp, La Pobla de Segur,... y dijo sin dudar.

- Es la C-13.

- ¿Qué quieres decir? - le preguntó Luis.

- Toda esta gente vive alrededor de la carretera C-13. Es la vía más rápida para ir desde Lleida hasta Tremp y la Puebla - dijo Artur de forma desapasionada

- Y por tanto la vía más rápida para bajar hasta Lleida e infectarse - el tono de Luis era un poco burlón, aunque sabía que su amigo habría pensado en eso - Tu observación no es desdeñable, sin embargo; quizá toda esta gente o sus familiares directos convergieron en un único punto de Lleida donde se localiza el foco.

- Si miras la lista de infectados - prosiguió Artur con voz calmada- verás que hay muchos jubilados que hace años que no se mueven de su pueblo. Y de éstos la mayoría desarrollaron la enfermedad durante las 12 horas ventana en las que nadie de su familia les pudo infectar. No, no vinieron a buscar la infección a Lleida. La infección les vino a buscar a ellos a sus casas. A las de todos. La muerte circuló por la C-13.

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La extraña vía de propagación de la enfermedad fue, justamente, la clave para resolver el misterio. Casi todas las personas infectadas habían recibido la visita de un comercial de una conocida marca de calderas de gasoil (el último invierno había sido muy frío y la gente se planteaba pasarse de la leña al gasoil). Comparando con los datos de la primera oleada, resultó que más de la mitad de las víctimas de la primera semana habían recibido la visita del mismo comercial. Habían encontrado al paciente 0.

Un equipo de contención de enfermedades se desplazó al domicilio del comercial Pere Alierta. Era una casa unifamliar en el extrarradio; el sujeto tenía poco contacto con su vecindario y eso explicaría por qué el estado de emergencia había conseguido la contención del brote. Si Pere Alierta era resistente a la bacteria, con su sangre se podría hacer una vacuna y se podría investigar mejor y más rápidamente los mecanismos de la fulgurante propagación del microbio dentro del organismo humano.

Llamaron a la puerta pero nadie abrió. No había tiempo de buscar una orden judicial y el Comandante Pérez, bajo su exclusiva responsabilidad (no se había decretado aún el nuevo estado de emergencia; el Gobierno titubeaba dada la nueva distribución espacial de afectados) autorizó que derribaran la puerta. El equipo de contención irrumpió en el apartamento y se encontró con el comercial, que les miraba con ojos suplicantes, agonizante. El hombre vivía solo, y no había tenido fuerzas ni para marcar el 112.

Murió tres horas más tarde. La autopsia confirmó que se había infectado a principios del lunes, y no antes. Nada en su organismo hacía pensar que fuera más resistente a la bacteria. Habían seguido una pista falsa.


                           ***********

- Un pista falsa. Ya lo ves, Artur. Tu idea era buena, pero era una pista falsa - remachó, casi burlonamente, Luis.

- No puede ser. Los patrones coinciden, el perfil de probabilidad es casi perfecto. Si no es él tiene que ser alguien que viaje con él.

- Él viajaba sólo; los comerciales nunca van acompañados. Además, la empresa está atravesando dificultades económicas importantes: mira qué birria de coche que tiene - señaló a un destartalado utilitario, de unos 20 años, que tenía aparcado en la entrada - este hombre tenía que multiplicarse y cubrir un área muy grande. Todo es mera coincidencia.

Artur no respondía. Pensaba.

- Seguro que se retrasaba con el pago de la hipoteca - prosiguió Luis, mirando a la casa: no era gran cosa, tampoco merecía la pena; el banco no se haría rico con esta operación.

Artur hacía rato que no le oía. Se movía frenético por la casa, rebuscando cajones, abriendo la nevera - vacía. Estaba ahí, pero dónde, dónde, dónde...

- Admítelo - Luis le detuvo - este hombre se infectó en otro sitio, en Lleida. Aún no hemos encontrado el caso 0. No hay compañero infectado. Su única compañía es esa birria de coche diésel.

La mirada de Artur se fijó, por primera vez, en el coche. Y lo vio.

- ¡Eso es, Luis! ¡Eso es! - gritó, eufórico.

- El qué, el qué, el qué - dijo en voz cada vez más alta Luis, pero Artur no le oía. Usando un bastoncillo y con sumo cuidado extrajo una especie de gelatina blanca que colgaba del tubo de escape y la introdujo en un frasco.

- Vámonos cagando leches al laboratorio - dijo Artur - si tengo razón hemos encontrado a nuestro caso 0.

- ¿Qué dices? ¿Quién es esa persona? 

- Quién no - Artur aceleraba por las calles de Lleida- Qué.

                           ***********

El análisis de laboratorio confirmó la sospecha de Artur. La gelatina había sido creada por una colonia del super-neumococo. Cuando desguazaron con sumo cuidado el coche, encontraron que todo él estaba infestado de la bacteria. El coche necesitaba un buen repaso, pero, como era un diésel antiguo - seguramente de segunda mano - a pesar de los grumos de gelatina orgánica que flotaban en el combustible el motor era capaz de quemar e ir tirando. Una parte nada despreciable del diésel salía sin quemar por el tubo de escape, y la bacteria, milagrosamente, era capaz de resistir a la cámara de combustión. Un neumococo vaporizado en el aire junto con el humo de la combustión: mala combinación.

El momento en que más bacterias eran vaporizadas en el aire era al arrancar; el coche lanzaba un humo negro y letal que apestaba a las pobres personas que, por educación, habían acompañado al comercial hasta la puerta. Por eso las personas que vivían en pisos no se habían infectado. Por desgracia, algunos transeúntes se había visto expuestos a los gases del coche, ampliando así el círculo de muerte. El propio Pere Alierta había tenido la suerte de no infectarse hasta aquel fatídico lunes; quizá dejó el coche en marcha, quizá lo metió en un garaje, quizá se agachó a mirar algo en el tubo de escape...

Luis acababa su explicación delante del Comandante y del Ministro de Sanidad, desplazado a Lleida para la ocasión - y para las cámaras de los fotógrafos. Habían quedado que sería Luis, como siempre, el que haría la presentación pública - Artur era un poco torpe en contextos como aquél, "tan oficial", y sacaba de sopetón cuestiones inconvenientes. La presentación iba como la seda. El Ministro sacaba pecho: un médico español había encontrado el remedio en tiempo récord - suerte que aún no había terminado su contrato Ramón y Cajal-, dos especialistas españoles habían identificado el foco inicial, que encima era completamente inusual... Los sistemas de ciencia y salud españoles eran de los mejores del mundo.

- Cómo se ha formado el super-neumococo - proseguía Luis - es todavía un misterio, aunque relativo. Las estaciones de servicio se ven obligadas a utilizar muchos biocidas - antibióticos, en realidad-  para evitar la proliferación bacteriana en sus depósitos. Como bien saben, de vez en cuando tienen que alternar los diferentes biocidas porque, de tanto usarlos, las bacterias de los depósitos se vuelven resistentes. Si no se incorporase biodiésel al carburante esto no pasaría, pero actualmente por ley el 7% de la mezcla en Europa y el 15% en los EE.UU. tiene que ser biodiésel. Así que en su gasolinera se está librando continuamente una lucha por mantener la infección del combustible a raya. Infección debida a microorganismos que afectan a los humanos y que ahora afectan a las máquinas porque les damos alimento de humanos (el biodiésel se deriva de grasas vegetales) - la última frase se la había escrito Artur, como todas las anteriores, y la leyó casi sin darse cuenta, bajando la voz al final. El Ministro torció el gesto. "Maldita sea, Artur, me la has jugado, ya tuviste que colar una impertinencia".  Artur esbozó una media sonrisa irónica, adivinando el pensamiento de su amigo.
 
- Pero - prosiguió, prestando más atención a lo siguiente que iba a leer en las notas de la presentación-  como las máquinas no tienen sistema inmunitario, se las tiene que ir medicando a ciegas y no son capaces de eliminar los residuos orgánicos en su interior. Sólo es cuestión de tiempo que, a fuerza de combinar antibióticos, una cepa sea lo suficientemente resistente a todos. Teóricamente tras varias decenas de generaciones (lo que representa entre días y semanas, en el caso de una bacteria) la bacteria ha evolucionado tanto que pierde la capacidad de infectar seres humanos. Sin embargo, algún proceso de recombinación entre bacterias, ya en el depósito de la estación de servicio, ya en un coche, podría dar lugar a una superbacteria. Poco probable, ínfimamente probable en realidad; pero estamos repitiendo este experimento miles, quizá millones de veces, a escala mundial. Si tal eslabón evolutivo es posible, es cuestión de tiempo que se acabe produciendo. Es lo que ha pasado aquí. Lo sucedido, trágico y terrible como ha sido, ha demostrado que los sistemas de respuesta y alerta sanitaria españoles funcionan y son eficaces. Por otro lado, esta tragedia revoluciona nuestra concepción de las enfermedades infecciosas y abre una nueva vía para la investigación en enfermedades infecciosas y la biotecnología, disciplinas en las que España es un país puntero..." La presentación de Luis seguía ya con sus propias notas, y el Ministro sonreía, ufano. Era el momento para que Artur saliera afuera, a tomar aire.



                           ***********


- Esto es como una zoonosis - decretó Luis - pero en vez de animales como vectores de la transmisión tenemos máquinas.

- Una mecanonosis - musitó Artur, de mala gana pero inconscientemente siguiendo la broma a su compañero.

- ¡Exacto! ¡Una mecanonosis! - euforia de Luis - por fin hemos encontrado el término para acabar el informe.

El informe, pensó Artur. El dichoso informe. Más de 10.000 personas muertas en tres frenéticas semanas y lo único que le importaba a Luis era el puto informe. Como mínimo a Artur le quedaba el consuelo de que habían parado la epidemia antes de que se propagase de manera explosiva por todo el país, quién sabe si por todo el continente o por todo el mundo. Sintió un escalofrío. La casualidad había querido que la bacteria fuera muy rápida en causar la muerte. ¿Qué hubiera pasado si hubiera sido igualmente letal pero su período de incubación y desarrollo de síntomas hasta la muerte hubiera sido más lento, pongamos una o dos semanas? En ese período de tiempo prácticamente todo el mundo podría haberse infectado. Sacudió la cabeza. Mejor no pensarlo.

- Hay que clausurar inmediatamente todas las gasolineras para hacer análisis e inspecciones - dijo al fin - y seguramente los de arriba tendrán que plantearse prohibir el uso de biocombustibles... - lo último lo dijo con media mueca, casi un rictus- ...hay demasiado dinero en juego, seguro que buscarán alguna excusa para no hacerlo...

- ¡Mejor para nosotros! - dijo Luis, cada vez más eufórico, delante de la mirada atónita de Artur - ¡ahora tendremos trabajo a espuertas! ¿Te das cuenta, Artur? Miles de gasolineras por revisar, centenares de miles de análisis por realizar. Tendrán que darnos proyectos, becarios, aparatos... ¡dinero, Artur, dinero! Esta epidemia nos va a permitir volver a la primera división de la investigación microbiológica.

Artur tenía la opción de darle un puñetazo en la cara a su amigo o la de irse a vomitar al baño. Escogió la segunda.


Antonio Turiel
Figueres, 27 de Mayo de 2013

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